“Y la jaula no es una jaula, sino una prisión”
Viktor Shklovski.

Erase una vez Rusia. Esa lejana tierra, de la que han llegado algunas sólidas abuelas. Perras en el espacio. Rusia, gélido suelo del planisferio comprometido con la revolución, el realismo, y las bebidas blancas. De los creadores de Lenin y las t.A.T.u., llega el evento del 2012: Un grupo de activistas irrumpen en una catedral exigiendo, lúdica y literalmente, la no re-elección de Putin. Ofendido Putin, la iglesia, y la sociedad “corriente”, todo en el marco de las más férrea ley (tan justa como siempre) los Conchas Amotinadas, fueron a la cárcel.

Probablemente nos haya llegado una imagen de las Pussy Riot un tanto sesgada. No se trata tan solo de una banda de chicas gritonas. La primera pista clara está en los pasamontañas. Pasamontañas de colores, sí, pero pasamontañas al fin; dispositivo de la lucha política de acción y choque, que resguarda la identidad “oficial” de una persona. Su I.P. socio-estatal. Y así como un artista se permite subvertir esta identidad natal-estatal como gesto de juego, un activista político también lo elige para conservar su seguridad. Es así como Pussy Riot no es tan solo un grupo riot feminista un poco más radical que lo usual o un tanto más ingenuo, sino que es un colectivo de activistas-artistas, que se apoyan en una banda de rock para hacer girar su película de lucha a favor de los derechos GLTB, y la caída del régimen de Vladimir Putin. En total diez intérpretes musicales, y quince técnicos que se encargan de los montajes, filmaciones y subidas a internet de las performance. Incluso están relacionadas con el colectivo activista Voina (en ruso “Guerra”) cuyo hit artístico-político-callejero fue pintar una pija de 60 metros en un puente levadizo de San Petesburgo (santo pete), ubicado frente al Servicio Federal de Seguridad, en junio de 2010)

El 21 de febrero, María Alyójina, Yekaterina Samutsévich, y Nadezhda Tolokónnikova, ingresaron a Catedral de Cristo Salvador de Moscú (inaugurada en 1833, tras 44 años de construcción), y realizaron un show-performance-rezo-protesta-motín contra la re-elección de Putin (re-elección, ¿nos suena familiar?) La perfo fue filmada y luego posteada.
https://www.youtube.com/watch?v=<span>PN5inCayfnM</span>

Estas artistas-políticas fueron arrestadas y condenadas a 2 años de cárcel por vandalismo y blasfemia. Sí, no es ciencia ficción, Vandalismo (Espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana) y Blasfemia (Palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos)

¿Acaso estás mujeres son unas simples vándalas? Está claro que no, pero me hago esta pregunta para contarles que, María Alyójina de 24 años, es estudiante de cuarto año de periodismo en Moscú, Yekaterina Samutsévich de 30, es ingeniera por la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Energía de Moscú, además titulada en fotografía y multimedia, y Nadezhda Tolokónnikova de 22, es una estudiante de Filosofía en la Universidad Estatal de Moscú, quien se vinculó directamente con los mentados Voina. Estas mujeres vándalas y blasfemas, son un grupo de universitarias de clase media que por una extraña razón piensan que el mundo está mal. ¿Podemos juzgarlas por irrumpir en el templo de lo sagrado y ganar la atención de todos, y provocar la ira estatal? No es necesario ningún juicio de valor, ni timming popular. La justicia rusa decidió por nosotros, en un juicio reality show del deber ciudadano y sus límites, de propaganda política burda, de anacronismo pútrido. Afortunadamente varias estrellas de rock y pop, corrieron a nuestra ayuda, y se solidarizaron con las Pussy Riot (Paul McCartney, Sting, Madonna, Björk, Red Hot Chili Peppers)

¿Nace un nuevo logo estampado en la remera del joven activista de Facebook, un nuevo meme político?

Independientemente del acuerdo o desacuerdo con la metodología de protesta utilizada por las Pussy Riot (todo ese temita molesto de burlarse de la religión y pedir democracia), la situación visualizó un delirio que no es sólo patrimonio nacional ruso, sino simple intolerancia hacia la expresión por fuera de los límites de circulación prefijos del arte libre y la protesta política. Queridos dueños del mundo: las protestas incluyen, generalmente, amenazarlos e interrumpir su flujo. Nada nuevo bajo el sol; las autoridades se ponen rudas, pero hacer de las Pussy Riot presas políticas habla de un desborde alarmante.

¿Estamos lejos de todo esto? Acá no llegamos al extremo ruso de artistas-activistas presas-políticas castigadas mediáticamente por Dios y la Virgen, pero sí nos acercamos aceleradamente a más redadas anti-reuniones culturales, como ocurre en la provincia de Buenos Aires, en el partido de Merlo, de la mano (dura) de la intendencia senil y déspota de “El Vasco”, desde 1991 en el poder. O las políticas de asecho contra el montaje de casas culturales en la Ciudad de Buenos Aires (al parecer, la fiesta solo puede ser “en el bunker de Macri” (sic). Todo en el marco de los planes de re-elección presidencial, la inflamable inflación, el dólar blue, y la crisis económica global (bla)

En esta era de mix posmo, de meta-lenguaje global de memes de internet y redes de perfiles, ya sea el odio ruso, la ira griega, o la bronca española, el flash explosivo pellizca en las australes tierras del sur. Por eso, la resistencia puede ser un “me gusta”, y seguir saliendo a divertirse, a ocuparse de la vida, y a luchar contra los agentes de la muerte, que insisten en detener, abrumar y asfixiar. Como bien dice el refrán, más poesía, menos policía. Free Pussy Riot.

 

 Walter Godoy

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