La historia de la juventud en la Argentina revela mucho más que modas o estilos: expone transformaciones profundas en la educación, el trabajo, las relaciones familiares y las formas de entender el poder y la autoridad. Así lo plantea Valeria Manzano, doctora en Historia Latinoamericana, investigadora del CONICET y autora de Historia de la juventud en la Argentina en los siglos XX y XXI. Su libro propone una mirada amplia sobre cómo las distintas generaciones fueron moldeando el concepto de “ser joven” en un país atravesado por la modernización, la escolarización y las culturas del consumo.
En diálogo con FRECUENCIA ZERO, Manzano explicó que la juventud, tal como hoy la entendemos, es una categoría social relativamente reciente. “Antes se pasaba casi sin transición de la infancia a la adultez, sin un período intermedio”, sostuvo. Ese cambio comenzó a consolidarse con el avance de la educación secundaria, que permitió prolongar los años de formación y generar un espacio propio para los adolescentes. La expansión de la escuela, sumada a la cultura de masas y al consumo, terminó de dar forma a una nueva identidad juvenil que se hizo visible en las grandes ciudades del siglo XX.
Según la historiadora, en la actualidad vivimos una “hegemonización de la edad juvenil”, un ideal que abarca tanto a niños como a adultos. “Desde muy chicos se buscan referencias estéticas juveniles, y los adultos intentan no abandonar nunca esa categoría”, afirmó. Este fenómeno, potenciado por las redes sociales, la estética corporal y la cultura del fitness, convive con el acortamiento de la infancia y una prolongación de la juventud, que en muchos casos posterga decisiones como la maternidad o la paternidad. La caída de la natalidad en las grandes urbes, advierte, plantea nuevos desafíos sociales y económicos.
Consultada sobre la llamada “generación de cristal”, Manzano consideró que la etiqueta simplifica una realidad compleja y diversa. “La juventud nunca fue homogénea: está atravesada por las diferencias sociales”, explicó. Si bien reconoce que las instituciones educativas se han vuelto más flexibles ante la ansiedad o la frustración de los estudiantes, advierte sobre el riesgo de una excesiva condescendencia. “No se trata de evitar la frustración a toda costa, sino de aprender a manejarla”, concluyó la autora.


















