Esta semana una crónica de DW cuenta que en Europa existe un ejército digital de voluntarios para frenar presuntas desinformaciones «made in Russia». En el primer instante pparace que se trata de una noticia de archivo, de la época anterior a la pandemia del coronavirus. Pero no es así.
El modus operandi de los activistas antirrusos es muy simple: cuando encuentran en redes sociales un comentario referente a las actividades de la Unión Europea negativo y que presuntamente viene de una fuente rusa siempre añaden un comentario positivo para contrastar.
Lo que sorprende es qué estos defensores de la verdad no reaccionen a noticias falsas y bulos que aparecen en medios internacionales. En nuestro programa anterior hablamos de dos casos de noticias fabricadas con unos recursos tan escasos y poco fiables. Una de ellas anunciaba la muerte del líder norcoreano Kim Jong-Un y la otra revelaba un complot del Kremlin para asesinar a varios funcionarios checos, incluido el alcalde de Praga, en venganza por la retirada de la estatua del mariscal Ivan Konev, comandante soviético de la Segunda Guerra Mundial.
Ya podemos respirar con tranquilidad: Kim Jong-Un está vivo, igual que los funcionarios checos que esperaban la llegada de unos asesinos a sueldo con pasaportes rusos. Naturalmente, nadie en los medios internacionales ha denunciado estos bulos.
Al mismo tiempo, un informe publicado esta semana y elaborado por la empresa española de ciberseguridad Cyrity señala a Rusia y a China como las dos grandes potencias a nivel mundial que están generando y difundiendo bulos relacionados con la pandemia del coronavirus. «Un informe señala a China y Rusia como los principales generadores de ‘fake news’ del mundo sobre la COVID-19», titula el diario español EL MUNDO.
Hay que destacar que lo que está dibujando Cyrity es un cuadro verdaderamente apocalíptico. Además, se pregunta si «estas actividades constituyen unas campañas deliberadas en el caso del coronavirus o son sólo parte de la guerra de propaganda en curso entre Rusia, China y Occidente».
También llegan a preguntarse de si «existen vínculos entre los diferentes actores, más allá de los objetivos comunes en los que crear desinformación»; o si, por el contrario, «existe algún apoyo explícito de Estados Unidos, Rusia o China a las redes promovidas por políticos extremistas en Europa».
Parece mentira que alguien pueda en serio tener un cuadro tan maquiavélico de la realidad. Pero resulta que una parte importante de la sociedad europea la comparte.
Por ejemplo en Lituania unos voluntarios crearon un ejército digital para frenar las presuntas desinformaciones fabricadas en Rusia. Se autodenominan elfos y quieren plantarle cara a los «troles rusos» desvelando noticias falsas y propaganda.
Más aun, quieren que los demás miembros de la UE también miren con temor. «Lituania: elfos contra el cibercrimen», titula la edición en español de DW.
Lo que más sorprende en semejantes historias es que sus autores normalmente apenas se molestan en ofrecer pruebas que fundamenten su versión de que Rusia está en ciberguerra con sus respectivos países. En caso de Lituania, basta con mencionar que históricamente Rusia, aunque en la realidad fue la Unión Soviética, ha sido un «enemigo».
Pero con unos recursos tan escasos pretenden que los demás miembros de la UE compartan su temor a Rusia. Y lo consiguen a través de los elfos que trabajan en toda Europa, según la crónica de DW.
La verdad es que sí parece un cuento o un juego de niños, en contra de lo que dice la autora de este reportaje. Además, esa organización de elfos lituanos y también de los europeos es como mínimo de dudosa legalidad. Más aun, porque no ocultan que están reclutando gente en Rusia.
Sin embargo, las consecuencias y los efectos colaterales de esta lucha invisible a menudo perjudican a los mismos valores de la democracia que pretenden defender los activistas. Hay que destacar que la periodista de DW no lo oculta.
Lo más sintomático es que ni a los elfos, ni a los activistas de derechos humanos lituanos, ni tampoco a sus colegas europeos este efecto colateral de la lucha contra la llamada propaganda del Kremlin parece preocupante. Cerrar un medio de la población rusa en Lituania a causa de sospechas contra otros medios que no tienen nada que ver les parece totalmente normal. A nadie se le ocurre hablar de este tema en el reportaje de DW.
Y no es de extrañar porque muchos europeos están obsesionados con el tema de la presunta fábrica de mentiras rusa. Un reciente reportaje de Televisión Española relata cómo el Kremlin vio en el espacio digital una decisiva arma de guerra para atacar a sus enemigos y cómo profesionales de la información se juegan sus vidas para desmontar estas mentiras.
Según escriben nuestros colegas de la TVE, «el nuevo telón de acero digital lanza una sistemática y premeditada campaña de desinformación contra Estados Unidos y Europa, para sembrar la discordia y la desconfianza en las democracias occidentales». Añaden que periodistas y activistas rusos luchan a diario contra la desinformación, mientras arriesgan sus vidas por criticar las tácticas del Kremlin.
Lo más decepcionante es que los acusados o los presuntos implicados no pueden ver este contenido por internet en Rusia para por lo menos saber de qué les acusan. El contenido simplemente no es disponible para Rusia.
Mientras tanto, la Unión Europa sostiene que no deja de detectar «nuevos bulos en Rusia sobre España» en tiempos del coronavirus.
«Europa detecta nuevos bulos en Rusia sobre España por el coronavirus. EuvsDesinfo detecta nuevas campañas de desinformación contra España y otros países de la Unión Europea con el objetivo de socavar el proyecto comunitario», titula a una de sus crónicas la página web economiadigital.es.
Nos están vigilando con lupa. Pero al parecer, casi todos los autores de semejantes estudios se olvidan a contestar a una pregunta muy importante: ¿cuál es el nivel real, la efectividad, de esta supuesta incidencia?
Andrés Ortega, investigador senior asociado del Real Instituto Elcano, cita varios estudios que certifican que el efecto real de las noticias falsas en redes sociales es difícil de notar. «Bots rusos: mucha injerencia, ¿poca influencia?» titula a uno de sus blogs publicados en la página web del Real Instituto Elcano.
En opinión de Andrés Ortega, si los estudios citados son correctos, no solo los bots no parecen importar mucho cuando se mide bien, sino que las noticias falsas, definidas de un modo general como «información deliberadamente falsa o engañosa que se hace pasar por noticias legítimas», tampoco.
Cita otro estudio de Duncan Watts que también apunta en esa dirección porque, al menos en el ecosistema informativo de EEUU, en términos de las noticias, la televisión domina sobre otros medios de comunicación incluyendo las redes sociales. Las noticias falsas comprenden sólo alrededor del 1% del consumo general de noticias y el 0,15% de la dieta diaria de los estadounidenses en los medios de comunicación. E incluso así, las noticias en sí ocupan una pequeña fracción del consumo de medios, al menos en EEUU. Los consumidores buscan otras cosas en ellos.
Es muy importante mencionar que Ortega destaca que el asunto de la infodemia y su penetración revela una gran inseguridad de Occidente. Desde este enfoque, la pregunta clave a la que deberían contestar los especialistas en presuntas injerencias y campañas de desinformación rusas es por qué no existe el mismo temor a la inversa en Rusia, ni en China. Y la respuesta es obvia porque el efecto de esas campañas es menor que el de la publicidad que reciben en los medios.